1 de octubre de 2019

La llegada del otoño, un impulso para la voluntad

Con la transición del verano al otoño, enmarcada por el equinoccio, la Tierra ingresa en una zona de nuestro sistema solar donde hay abundancia de hierro en forma de polvo cósmico o de meteoros. En nuestro hemisferio, las noches comienzan a ser paulatinamente más largas que el día; plantas, animales y humanos debemos hacer resguardo de energías vitales como un proceso natural de preparación para otoño e invierno.

En este contexto, las fuerzas de voluntad del ser humano requieren de un impulso adicional para plantarnos en la vida. Y aquí es que la imagen arquetípica de un ser espiritual luminoso llega hacia nosotros: Micael, que aparece en las tradiciones cristiana, judía y musulmana, pero que también tiene símiles en el budismo y en las tradiciones antiguas americanas y orientales.

En el entorno de la Pedagogía Waldorf, celebramos con el equinoccio la cosecha (de maíz, en México) y la retirada paulatina de las lluvias, pero también acogemos de manera simbólica la presencia arquetípica de Micael como ayudante y promotor de nuestra voluntad renovada. Para los niños, los jóvenes y los maestros de las escuelas Waldorf, esta festividad se presenta como una oportunidad de encontrar en cada uno la fuerza interior para vencer los obstáculos que nuestro propio desarrollo vital conlleva. 



Es común que se narren en los salones, en esta época, historias de valor y coraje donde se vence a la adversidad interna y a la externa, donde "los dragones" son vencidos y domados. Estos dragones son, en esencia, un nombre que le damos a nuestros retos personales, atavismos, incongruencias y desvaríos que en cualquier edad se presentan a un ser humano: domar o vencer al dragón es en esencia -como Micael lo hizo según cuenta la leyenda-, abrazar estas áreas oscuras de nuestra individualidad y domarlas por medio de la voluntad de desarrollarnos y de lograr un nivel más avanzado de conciencia personal.




No en balde, en la tradición cristiana se dice que cuando Adán y Eva, los primeros humanos, salieron del edén, un ser amoroso y protector, de gran fuerza y gran valor les acompañó por la senda que los conduciría a la Tierra: Micael. El edén es la infancia dorada, los primeros siete años de nuestra vida, que serán abandonados para nunca retornar conforme vamos creciendo. Pero no vamos solos por ese camino del crecimiento; nos acompañan nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros maestros y, entre todos, conforman esa protección micaélica que nos guía hacia nuestro desarrollo personal.

En suma, la era de Micael es una imagen espiritual que nos ayuda a comprender nuestra esencia humana, el papel que representamos los adultos en el mundo infantil y la capacidad de transformación interior que tenemos con nosotros.